A una muñeca azul, casi de porcelana,
que una noche cualquiera
se enamoró de un príncipe encantado
y todas las mañana su ventana
vestía de jazmines y violetas.
Dejaba
un zapatito blanco en el balcón
y le esperaba.
Una tarde apacible de verano
el príncipe la vio
y le dejó prendado su belleza.
A una muñeca azul
que, mientras otros mundos avanzaban
en su carrera ciega hacia el ocaso,
supo llenar el suyo de quimeras
y esperó que el amor la descubriera
abriendo sus sentidos a la vida.
Y una noche en que todos dormían,
con una luna blanca por bandera,
dejó que su cabeza reposara
sobre el hombro del príncipe encantado
y se marchó con él a las estrellas.
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