Estaba siempre sola,
siempre callada y quieta.
Se dolía del cuerpo magullado
pero más aún del alma,
a todas horas.
Pañuelitos de seda
colgaban de su cuello
ocultando las marcas
y la pena.
Una tarde de otoño
se cumplió la amenaza,
se apagaron las velas
y aún se quedó más sola,
más callada
y más quieta.
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